Estaba convencido

Existen momentos únicos en la vida que dan paso a sentimientos enfrentados. Algo dentro de ti pide a gritos que llegue el gran día, ese que jamás hubieses visualizado en tu cabeza de no ser porque el destino, caprichoso por naturaleza, lo hizo posible. Al mismo tiempo, deseas que no llegue nunca. El camino ha sido tan mágico que sería injusto encontrarle un punto final.

- El Levante, ante todo, murió de pie (Adolfo Benetó/Levante UD) - 

Porque durante semanas hemos vivido en una nube. La noche del pasado 11 de febrero llevó hacia su punto álgido una ilusión, la del levantinismo, que previamente ya se había apoderado hasta de los más escépticos, y es ahí cuando cambias del "podemos conseguirlo" al "lo vamos a conseguir". Pocas veces había estado tan convencido.

Esa sensación es la que he llevado conmigo desde entonces y tardo poco en observar que no es únicamente cosa mía. Por supuesto los mensajes en redes te hacen a la idea, pero me planto pasadas las siete en el Ciutat de València con tal de cazar la llegada del bus con los futbolistas y a mi alrededor cientos de granotas alentaban a los que esa noche, independientemente del resultado, serían sus héroes. Llevaban allí desde antes de las seis. Ellos también estaban convencidos.

Y en la cola para entrar a prensa confirmo mis sospechas, pues el convencimiento es unánime. Reconozco que ese día me desperté sorprendentemente tranquilo y solo el paso de las horas terminó por aflorar los nervios, pero bastó con poner un pie en las escaleras hacia Gol Orriols para que un escalofrío me pusiese en mi sitio. Era la cita más importante en más de 101 años de historia granota y te ves allí, entre los pocos privilegiados que van a disfrutarlo en directo. Se te junta todo.

Es más, os juro que ayer el Ciutat se veía distinto. No hablo solo de las pantallas electrónicas con las fotos de los aficionados o del tifo con la camiseta de Afició nº12, que a mí personalmente me encantaron. Iba más allá de los añadidos físicos. He escuchado por activa y por pasiva que con el nuevo formato esta era la 'Copa de las oportunidades', y el Levante se había plantado con vida en una vuelta de semifinales a base de épicas, de creer a contracorriente. Se lo merecía, joder. La atmósfera que se respiraba allí dentro invitaba a soñar con lo imposible.

A las nueve en punto rueda el balón y lo primero que se te pasa por la cabeza es cerrar el ordenador y disfrutar del partido como un chiquillo. Era muy tentador. Va corriendo el crono y el tanto de Roger en el minuto 17 te hace saltar de la butaca. "Ya está, a La Cartuja", pensaba. Ni siquiera el empate de Raúl García apenas un cuarto de hora después hizo que cambiase de idea.

Te acuerdas del cabezazo de Sergio León al Portugalete en el 93' cuando todo apuntaba hacia la prórroga, del lanzamiento decisivo de Duarte frente al Fuenlabrada en una tanda de penaltis de máxima tensión, del gol de Roger en el 121' contra el Villarreal cuando más de uno rozaba el paro cardiaco... y cómo no vas a confiar en que este campeonato llevaba escrito en algún lado el nombre del Levante.

Finalmente, Berenguer lo tumbó todo de un plumazo de la manera más trágica posible, tras haber peleado la eliminatoria durante 202 minutos (mas añadidos). Se hizo un silencio sepulcral en mi zona. Nadie volvió a comentar nada hasta que cada uno iba terminando su crónica y se despedía brevemente. Todos teníamos tan claro que ayer se sellaría la última gran hazaña que poco más se podía añadir.

Yo en cambio salí del campo mucho más satisfecho que frustrado, porque ante los jugadores, entrenador, cuerpo técnico y empleados que habían hecho posible rozar con la yemas de los dedos una final copera solo quedaba quitarse el sombrero. Ahora de lo que estoy convencido es de otra cosa. Y es de que este equipo volverá a verse en otra así. El fútbol se lo debe.


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